sábado, 6 de septiembre de 2014

De películas tristes y fibras sensibles


Volví! Tras unas semanas super agitadas, entre la Feria Latinoamérica en la ciudad de Eindhoven, donde me invitaron a participar del stand de Lengua y Literatura, más toda una serie de acontecimientos en el ámbito personal que me han mantenido más que ocupada (y bastante estresada también), hoy regreso al blog. Desde la ciudad de Bruselas donde estoy por el fin de semana, visitando amigos.

Esta semana, además de resolver importantes cuestiones acerca de mi futuro, también aproveché para desenchufarme viendo un poco de cine en mi casa.
Generalmente veo películas que pido prestadas en la biblioteca de mi ciudad. Suelen tener una gran variedad de títulos de toda índole, siendo mi preferencia las películas de autor, o como las llaman aca en Holanda 'Cine Arte'.



Una de las películas que más me llamó la atención fue la francesa 'La vie d' Adèle'. Una historia como la vida misma, que cuenta sobre la vida de la joven Adèle, desde sus 17 hasta los 20 años, más o menos. La película dura 3 horas, y la verdad que está tan bien hecha que casi no te das cuenta que te pasaste 3 horas viéndola. Tiene fuertes escenas de sexo lésbico, pero eso es anecdótico, ya que la historia habla pura y llanamente del hambre y la pérdida de amor.

Adèle es una chica muy sensible, con pocas ambiciones en la vida y una necesidad increíble por sentirse viva y amada. Conoce a Emma, una chica mayor de pelo azul en un bar gay y se inicia así una historia de amor entre las dos.
Con el tiempo y la convivencia, Adèle va cediendo en sus necesidades afectivas por contentar a Emma, quien estudia arte y tiene amigos bohemios que discuten las banalidades de la filosofía del arte. Adèle pasa muchas horas sola, y pierde pie en su relación, por lo que la relación termina abruptamente cuando Emma se entera que ha estado saliendo con un colega maestro de escuela.
La intensidad de la película recae en ver cómo sufre Adèle la pérdida de ese primer gran amor. Su vida continúa, pero ella está vacía por dentro. Su soledad, su necesidad de amor es tan dolorosa que no hay nada ni nadie que pueda devolverle la felicidad como lo hiciera Emma.
La película es triste. Pero al mismo tiempo nos habla de la vida misma, de las fuerzas del mundo, nuestras insatisfacciones, nuestras faltas, nuestros desengaños. Creo que, además de la calidad de las actuaciones (espléndida la actriz Adèle Exarchopoulos) y el galardón de llevarse la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 2013, la película lograr tocar las fibras sensibles de todos y cada uno de nosotros.

Luego, esta misma semana, también ví otra peli bastante triste. 'Norwegian Wood' es de origen japonés y está basada en un cuento del escritor japonés Haruki Murakami, que originalmente se llamó 'Tokio Blues. Norwegian Wood'. Obviamente, el título refiere a esa famosa canción del grupo británico The Beatles.

La historia es minimalista aunque muy profunda. Toru Watanabe relata su historia desde sus años en la universidad. Tras el suicidio de su mejor amigo Kizuki, luego parece encontrar solaz en la profunda amistad que desarrolla con la bella Naoko, una chica con la que además de disfrutar de largos paseos por el bosque, entrelazan sus corazones y se declaran puro amor. Pero Naoko tiene graves problemas psicológicos y su único momento de amor se ve truncado. Mientras Naoko pasa largas temporadas fuera de la ciudad con su hermana, Toru conoce a Midori. Midori se enamora del serio y tímido Toru, pero es tal su compromiso y lealtad por Naoko, por ese amor que nunca termina de concretarse, que se ve tirado por ambos lados. Mientras Midori le ofrece un amor real, Toru tiene que decidirse entre su pasado y su futuro.

La película es triste porque hay como un gran vacío y soledad constantes, muy atmosférica. Mientras que Midori es una chica vivaz y simpática que derrocha vida, Toru queda atrapado en su lealtad y la esperanza de que Naoko algún día se recuperará.

Estas dos películas me hicieron reflexionar mucho sobre la vida y sobre mi propia vida.
Cuántas veces perdemos el tiempo en pos de espejismos, de ilusiones. Creyendo que el hambre en nuestros corazones puede ser saciado por una persona que nos retroalimente.

Finalmente, anoche ví la película 'Her' con Joaquin Phoenix en el rol de un escritor de cartas manuscriptas virtuales, en un futuro bastante cercano, donde la gente se comunica con sistemas operativos de inteligencia artificial que terminan convirtiéndose en sus mejores amigos. O más. Que es el caso de Theodore, otro solitario empedernido, con un divorcio a cuestas, que termina entablando una relación de amor con Samantha, una voz femenina que no es nada menos que un OS (Operative system) que intuye sus estados de ánimo y pensamientos.

Estas tres películas, completamente diferentes en temáticas y orígenes, me transmitieron algo que tocó mis más íntimas fibras sensibles. No sólo porque el futuro del que habla 'Her' es ya casi un hecho, donde nos comunicamos con voces - ficticias o no - , entablamos contactos online y a través de webcams, sino también por mostrarnos algo que no vemos con claridad. Y es que los sentimientos humanos, no importa de dónde vengamos y hacia dónde vayamos, son siempre los mismos.

Mientras vivimos en la soledad de nuestros corazones, de nuestros lazos que nos atan al pasado, sin disfrutar de este preciso momento, planeando e ilusionándonos sobre cómo debería ser la vida, es ahí cuando perdemos pie y caemos.
Nos olvidamos que la soledad es un estado puro donde la persona que vemos en el espejo es la única que nos podrá amar incondicionalmente.

Porque la soledad es un vasto desierto sin amor. Pero el amor, amigos, empieza desde adentro de nuestros corazones y no desde afuera.
Mientras la pobre Adèle busca en vano llenar su vacío y Toru se debate entre lo que no tiene y lo que hay, Theodore se engancha a la voz del auricular mucho antes que decidirse a dejar atrás su pasado en común con la mujer que le pide divorcio.
Todas estas historias, diferentes, tristes e imposibles, son historias de todos los días; historias que nos llegan, nos tocan y nos hacen reflexionar acerca de quiénes somos y qué queremos.

Mientras uno ve estas películas y piensa que de repente entiende las grandes cuestiones humanas, ahí al lado, la vida se nos pasa de largo.

Yo misma, saliendo de un estado y a punto de entrar en otro, me detengo y pienso: este vacío que me carcome sólo puedo llenarlo con mi propio amor y el de los que me rodean. Porque no hay mucho más que el silencio de los momentos que vivimos en felicidad. No importa a dónde vayamos ni con quién.

Es ahora. O nunca.

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