martes, 26 de junio de 2012

El despertar - 1 -

Por las mañanas sólo nos llevaban unos minutos a descansar al sol. Tras la noche negra incrustándose en nuestros sueños la música seguía sonando en nuestros oídos.
Los que nos acompañaban tenían los ojos poco expuestos a la oscuridad, se cubrían con pasamontañas y los ojos parecían de hielo.

Eran pocos los momentos en que nos sentíamos tan vivos como cuando estábamos al sol. Como lagartos. Disfrutando del último cálido rayo que acariciaba la piel lastimosa.



El encierro venía durando meses, años quizás.
Yo ya me había cansado de llevar la cuenta. Tampoco había mucho dónde escribir. Los cuartos estaban todo el día a oscuras, apenas podías ver dónde hacer tus necesidades, un agujero grande en el suelo que era más negro que la noche.
Mi compañero de cuarto hablaba poco y nada. No hacía mucho que lo habían trasladado y se notaba que no estaba pasando por su mejor momento. Murmuraba entre dientes y hacía caso omiso de mi presencia.

No es el primer compañero con el que tengo el gusto de compartir este minúsculo espacio. Ya pasaron un par. Todos duraron un suspiro, al tiempo de llegar volvieron a irse y nunca más supe qué fue de ellos.
Seguirán vivos? No sé.

Aca el lema es soldado que escapa sirve para otra guerra. Y lo mismo da si es escape o elección de ellos.

Se murmuran muchas cosas por los pasillos. Hay gente que no lo soporta. Pero no es tan malo.
Con el tiempo uno se acostumbra a todo. Incluso al encierro en la oscuridad.
Tampoco es que vienen y te pegan. Es bastante tranquilo, aburrido diría yo.
Pero tampoco hay mucho por hacer, excepto en los momentos en que hacen sus experimentos. Esos son los pocos momentos en los que nos vemos las caras, nos intuimos desde lejos. Nos olemos y nos miramos de reojo.
Hay hombres y hay mujeres. No hay niños. Escuché alguna vez que los niños habían desaparecido después del primer brote. No tenían suficientes anticuerpos y defensas para sobrevivir.

Yo tenía hijos, creo. Es raro, porque esas cosas deberían recordarse con precisión. Pero no estoy muy seguro. Al menos, no tengo en la memoria ese espacio dedicado a una familia. Pero hay algo, como una sensación, un sentimiento.

Entre tanto, se pasan los días. No me lleno el día con recuerdos, aunque muchos sí lo hacen y por eso duran tan poco.
Lo mejor es cuando la luz del sol nos lame el cuerpo, dándonos calor y sensación de bienestar. Eso y la música son los únicos atisbos de cordura que me quedan.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Georgina me encanta tu cuento. Me quede con ganas de leer más. No tenía idea que escribías, te felicito Marina

Unknown dijo...

Gracias Marina! este cuento es en realidad parte de una novela que estoy poco a poco desarrollando.. iré escribiendo nuevos posts a medida que pase el tiempo. Me alegra muchísimo que te haya gustado!