domingo, 15 de julio de 2012

Pastillas de menta - 2 -

En la soledad de mi cuarto intento capturar los recuerdos del pasado. Vestigios del mundo que viví. Y de lo que fuí.

Hace ya muchos años que mi existencia se ha visto confrontada con la irrealidad del mundo que vivo. No somos nada de lo que fuimos, apenas esbozos de lo que podríamos ser.

En la intimidad de mi cuarto a oscuras invento sueños para soñar despierto.
Me pregunto cómo se guarda en la memoria el recuerdo de la felicidad.
Cuál es el mecanismo que devuelve el pensamiento al momento que ya pasó.
Quisiera que muchos de esos recuerdos, momentos en que vislumbré la felicidad, pudieran permanecer eternamente guardados en mi inconsciente. Pero no sé cómo.
A fuerza de lavajes y pastillas y sueros hoy por hoy el recuerdo es un vago espejismo de algo que estuvo ahí y ahora permanece desaparecido.



A tientas en mi cuarto a oscuras, acostumbrados los ojos por la negritud, apenas esbozo el pensamiento pausado, acunado en mis manos, mi mente trasciende el momento presente para viajar en el tiempo de los recuerdos.

El futuro no existe. El futuro es ficción.

La máquina del tiempo me obliga a pensar más rápido, y cuánto más rápido, más lento es el mecanismo de autodefensa. No me da el tiempo para atesorar lo perdido.

Pero hay palabras, como hay olores y sabores, que nunca podrán evaporarse. Quedan indelebles en la memoria cognitiva. Quedan para siempre guardados entre estos muros, en el mecanismo del reflejo que la mente contiene e ignora.

Alguna vez escuché que el sabor y el olor pueden guardarse en la memoria y salir de su escondite gracias a la asociación de recuerdos.
Los déjà vu son eso. Momentos vividos que parecen repetirse por obra y gracia de la asociación del sentido que tuvimos en un momento particular.
No sé si creer que eso sea factible.
Sí  creo que cuando la emoción está mezclada, el recuerdo es más intenso. Y su aparición posterior se relaciona con el momento, la sutil fugacidad voraz que descubre el secreto guardado.

Y la métrica dice así:

Entre los recuerdos,
Estos pocos que me quedan aun,
Como guijarros olvidados en un bolsillo,
Aparecen de repente en la mano
Como un puñado de sueños ya vividos.

En mi boca el sabor
La frescura e intensidad
De las pastillas de menta
Que me obsequiaba mi abuelo
Cuando salíamos juntos a pasear.
El recuerdo que se hace saliva en la boca
El olor de la menta fresca
El cris cras de los dientes triturando la pastilla
El color blanco con las iniciales D.R.F.
El rollo verde y blanco del paquete que mi abuelo guardaba en el bolsillo de su gabán
Su mano grande y huesuda envolviendo la mía pequeña.

Yo tendría unos 7 años. Y mi abuelo era todo para mí.

En su mundo yo era pequeño y él era un gigante en el mío.
Solíamos pasar mucho tiempo juntos, porque mamá viajaba y poco tiempo tenía para cuidar de mí. Pasaba largas temporadas con mis abuelos. Ibamos de vacaciones juntos a la playa, donde yo corría libre como el viento y me escondía en la carpa detrás de una cortina cuando venían visitas.
Mi abuelo era un caballero de pelo entrecano que miraba el mundo con ojos curiosos y soñadores.
Me llevaba a pasear, a recorrer el mundo desde sus relatos y anécdotas. Sus dos o tres canciones que me cantaba antes de irme a dormir.

Murió hace muchos años. Enfermo, rodeado de lindas enfermeras que lo cuidaron hasta el último de sus días.
Cuando murió yo ya no estaba en el país. Ya había emigrado, como tantos jóvenes que corrían escapando de la crisis económico-social que todos los países empezaron a sufrir en esa época.
La política mundial sabía que todos nos iríamos. Nosotros no sabíamos por cuánto tiempo sería.
Una eternidad si pienso en dónde terminé.

No pude despedirme de mi abuelo. El día que murió me enteré por un llamado mientras estaba sentado ofreciendo mi boca a un dentista catalán que me quería arreglar una caries.
Cuando me enteré de su muerte, fue inevitable pensar en su vida. Aquella que compartió conmigo y con su familia.

Hoy, a 10.000 años luz del pasado, el recuerdo de esos paseos juntos, su mano en la mía obsequiándome una pastilla de menta que recordaré hasta el fín de mis días.

No hay más luces afuera. Todo está en tinieblas. A tientas busco un espejo donde poder mirar el pasado que se va. Hay como olor a menta en la habitación. Allá afuera, entre los barrotes, la luna aparece y desaparece detrás de las nubes que indican tormenta.

La luna blanca, redonda como una pastilla de menta.





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