viernes, 24 de mayo de 2013

Lazos del corazón

Desde hace unos meses estoy pasando un período de muchos cambios. Sobre todo personales.
Además de no tener trabajo y tampoco seguro de desempleo, mi situación personal es bastante inestable respecto del amor y las amistades.

Creo que esto es así porque soy yo la que está cambiando. Me pregunto si a veces el cambio es parte de un proceso aun mayor que no puedo asimilar. Y me lo pregunto porque me cuesta entender que algunas situaciones y personas a las que les doy un valor muy grande, parecieran no responder de la misma manera.



Por experiencia y quizás también por necesidad, siempre he estado esperando o exigiendo una reciprocidad que no se presenta.
Quizás porque soy muy pasional, cuando doy lo doy todo. Doy mi casa, mis conocimientos, mis recursos, mis ideas, mis secretos, mis pensamientos, hasta mis contactos. Como si así lograra profundizar esas amistades o relaciones.

Por experiencia me ha pasado todo lo contrario. Cuanto más doy, menos obtengo.
Pero como soy una persona que siempre da, aunque me duela y me moleste, sigo dando.

Desde que mi vida está tan revuelta, y tengo que luchar por mi propio espacio, me he dado cuenta que he estado cometiendo un error. Un error para conmigo misma.
Dejar traslucir toda esa riqueza personal no me ha dado mayores resultados. Al contrario, es como dejar que la arena se escurra entre los dedos y no saber a dónde se ha ido.

Hay como una milésima de segundo en cada momento que se va.
Y adentro, el corazón pide consuelo, pide cariño, afecto, comprensión, apoyo, espacio. Y no siempre lo obtiene.

Desde afuera pareciera que me puedo comer el mundo. Pero las más de las veces voy como floja, perdida, y dejo que me devoren los fantasmas y los monstruos. Nadie viene nunca a rescatarme.
Y, sin embargo, cuando otros me buscan siempre estoy.
Y si no estoy es porque no puedo estar. Porque realmente hay otras necesidades que necesitan ser atendidas.

Muchas veces me he cuestionado si realmente soy una buena amiga o una buena persona. Soy exigente. Para conmigo misma y para con los demás. Al menos, para los que se encuentran en mi círculo afectivo.


Hoy estoy sola por propia decisión. Quizás porque ya era el momento de andar sola, sin muletas.
Quizás porque aun creo en las relaciones 100% honestas, aunque no existan.
Y sé que por propia decisión me alejo de gente que me quiere. O dice quererme cuando me necesita.
Me he dejado llevar por lo que veo y lo que no veo. Pero en estos momentos me dejo llevar por lo que siento y lo que no siento.

Mi camino es el del peregrino. Que sigue su marcha sin mirar atrás. Dejando a la vera del camino muchas cosas, situaciones y personas que no pueden acompañarme. Mi camino es de soledad. Y es una elección propia. Así sea fácil de entender o no.

Creo que los que realmente me aman entienden mi necesidad. Y si no se entiende, es porque no me han conocido realmente.

Cuando doy, soy feliz. Pero cuando no me dan, o me dan migajas mi corazón palpita triste.
Y es esa tristeza de saberme sola y diferente la que me da la pauta que lo que no hay, no puede inventarse.

Es mejor, entonces, darse cuenta a tiempo. Saber qué podemos esperar de los demás. Y de nosotros mismos.

Sigo mi camino. A mi paso vendrán caras nuevas, momentos, situaciones.
Probablemente también sigan su camino, pero oh qué increíble es cuando se cruzan nuestros destinos y se siente reciprocidad.

Los lazos del corazón quedan. Aun en la distancia.
La ausencia es descubrir que todos estamos solos, más allá del espacio y del tiempo.

Atesoremos los momentos vividos en compañía. Todo se envuelve y desenvuelve. Cada momento compartido es efímero, dura lo que tiene que durar.
Y aunque es triste que no dure para siempre, todo tiempo pasará.

Cuando uno crece y cambia de destino es lógico que las amistades no crezcan con uno. Algunas quedan, algunas se van.
Y está bien que así sea.

Lo efímero del destino es saberse vivo.

Incluso este hoy pasará.


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