martes, 3 de diciembre de 2013

Volver es como morir un poco y renacer

Volver tiene eso de dejar cosas, gente, situaciones y más detrás de uno.

Volvemos y dejamos una parte de nosotros. Dejamos algo atrás, ganamos algo nuevo. Sea en nuestro conocimiento, en nuestra perspectiva, en nuestro haber y ser.

Volví a Holanda el pasado jueves 28 de noviembre. Tras un arduo y largo viaje de regreso, después de haber pasado 30 días en Buenos Aires, la ciudad que me vio nacer.

Volví al frío holandés y a abrazar a mi otra parte familiar que nos esperaba con mucha ansiedad.
Volví, aunque sentí que había dejado mucho atrás. Además del buen clima, el calorcito que ya empezaba a sentirse en Buenos Aires, el cual tanto yo como mi hija pudimos disfrutar con tantas ganas; también dejaba algo de mí, quizás porque fue una la persona que llegó y otra la que se fue.

Recién hoy empiezo a sentirme más yo misma, después de un fin de semana tranquilo y relajado, recién hoy empiezo a sentir que es tiempo de asentar los pensamientos en este lugar, mi refugio personal.


Volver es como morir un poco. Dejar algo atrás es dejar una parte nuestra en otro espacio, otro tiempo.

Este viaje no fue sólo un reavivar de viejas emociones y relaciones, también tuvo que ver con recobrar memorias olvidadas. Memorias, recuerdos y sobre todo, hechos del pasado.

Cuando uno vive lejos tanto tiempo, en mi caso ya son 13 años viviendo como inmigrante en Europa, tiende a perder algo de sí mismo. Sobre todo cuando hace hasta lo imposible por olvidarse de aquellas situaciones, personas, momentos vividos que le han hecho daño.
Gran parte de mi vida fue un ir y venir, un nunca tener mi propio lugar y espacio. Un perenne nomadismo.
El constante sentir que nada era mío y que, tanto el amor como la amistad me eran esquivos.

En Holanda me establecí. Me reinventé a mí misma.
Formé una familia y poco a poco fui redescubriendo qué cosas me gustaban, qué cosas no.

Cuando miraba atrás, hacia aquel punto distante en el infinito, me cegaba. Mejor era dejarlo todo atrás, olvidarlo para siempre.

Regresé a Buenos Aires a situaciones que estaban ahí desde siempre. Situaciones que me negaba a aceptar, a las que ahora más que nunca, necesitaba plantarles cara.

Fueron 30 intensos días. Sola con mi hija, recorrimos juntas aquellos lugares de mi infancia, reviví momentos perdidos y, no vieran la sorpresa que tuve tras reencontrarme con dos cajas llenas de cartas de hace más de 20 años! Recuperé no sólo mi pasado, sino también que aprendí que el tiempo tiene eso, la habilidad de transmutar el pensamiento en ideas decadentes. Uno se crea una imagen de sí mismo y de su vida y circunstancias, una película de sí mismo, altera su visión subjetiva simplemente por el hecho de que el que cambia es uno y no el paisaje.

Volver tuvo todo eso y más.

Y, recordándote Delfi, no hay equivocación en el paisaje. Uno se crea el mundo que vive. Uno es el creador de su pasado y su futuro.
El presente es lo único que cuenta, después de todo.

Cuando entendí eso, entendí que cada momento que me era concedido era único e irrepetible, mío y propio.

Y después de pasarme las dos primeras semanas llorando - casi literalmente -  por mi suerte en la vida, ví el mundo que se presentaba ante mis ojos.
Mi hija, mis padres, mis hermanos, mis amigos. Todos ellos estaban ahí, con sus propios mundos, interpolando.

Después fue cuestión de resistir la ambición y el deseo, dejar de esperar peras del olmo. Redescubrir quién era yo y darme la oportunidad de reinventarme a mí misma.

En eso estoy.

No hay comentarios.: