miércoles, 14 de noviembre de 2012

Legados

Han sido semanas raras otra vez. Tras las visitas familiares me había quedado como con un gusto a estar tranquila y sola. Tantas ideas y proyectos que habían quedado un poco stand by.
Y cuando creía que estaba a punto de conseguir ese estado de independencia voluntaria y satisfacción propia, pasaron otras cosas.
Entre las cosas que sucedieron, falleció mi abuela.
Mi querida abuelita Yolanda. La cual me crió, me cuidó, me dió todo su amor, pero por sobre todas las cosas, creyó en mí y siempre estuvo por mí. Con ella pasé gran parte de mi vida, siendo una niña de 3 años al dejar Barcelona y mi padre atrás. Y luego con el correr de los años volvimos a compartir casa al ser yo adolescente, cuando dejé la casa de mis padres, a los 18 años. Ella fue la única que me recibió sin pedirme nada ni hacerme preguntas.



Mi abuela había cumplido 97 años. Una linda edad. Una larga vida. Con sus altas y bajas, claro, como la de todos. Con 4 hijas, entre ellas la menor, mi madre. Con 9 nietos, entre ellos yo, la primera nieta del clan.
Con 5 bisnietos, entre ellos el mayor, mi hijo Luca y la única bisnieta, mi hija Sofía.
La última vez que la ví fue allá por el 2008, la última vez que visité Argentina.
Ya no se encontraba tan bien de salud, necesitaba de una persona que la cuidara, le diera de comer, la ayudase con el baño, etc.
Cuando estuve en esa época, más de una vez recibí el llamado de mi tía (que por ese entonces vivía con ella) para que le diera una mano. Y así, me ví en retroceso, cuidándola, acompañándola, dándole de comer, ayudándole en el baño. Como lo había hecho ella también cuando yo era pequeña. Todo vuelve.
No era como la recordaba. Una mujer que llamaba mucho la atención por su belleza, pequeña, menuda, de pelo canoso completamente blanco (según lo que tengo entendido se despertó de un día para el otro, y su cabellos rubios se tornaron completamente blancos cuando ya tenía 35 años). Ojos azules, piel blanca.
Pero lo que más llamaba la atención de esta bella mujer era su personalidad.
Una persona muy espiritual. Que siempre estaba rodeada de gente erudita. De una riqueza espiritual enorme. Comulgaba con todas las religiones, creía en el más allá y en el más acá. Se reunía con gente afín, intelectual, espiritual, artistas.
Escribía. Y más que nada escribía a través de la mano de su padre. Se comunicaba con él por escrito, creer o reventar, mi abuela podría decirse, se había escapado de un libro como La Casa de los Espíritus de Isabel Allende.
Teníamos una relación excelente. Podíamos charlar horas sobre la vida y el mundo. Nos gustaba salir juntas, tomar el té en las confiterías del Molino o Las Violetas. Caminar juntas, ir al cine, pero sobre todo, abrazarnos y sabernos juntas para siempre. Nos entendíamos mutuamente.

Cuando la ví en 2008 ya sentí que me estaba despidiendo de a poco. Ya no podía hablar tanto, se olvidaba de todo, repetía lo mismo todo el tiempo, apenas podía caminar.. no era aquella mujer con la que hablaba de metafísica, filosofía y arte. Pero seguía siendo mi abuela.

Nunca sería mi abuela la típica abuelita de cuento.
No sabía bordar, ni coser, ni tejer. No le interesaba cocinar, ni limpiar y menos que menos planchar.
Tuvo la suerte de que mi abuelo tuviera un buen trabajo y un buen pasar. Podía dedicarse de lleno a sus actividades, sus salidas, sus amistades, sus intereses.
Al fallecer mi abuelo en el año 2001 algo se había roto dentro de sí misma. En vida no habían tenido la mejor de las relaciones, pero cuando falleció le faltó su compañero. Y ya no hubo vuelta atrás.

Ayer pensaba que en realidad no me siento tan triste. Creo que lo que importa de la gente son los legados que nos dejan. Porque el amor que sentimos no cambia al morirse la persona amada, lo que cambia es cómo encaramos la muerte en el proceso de la vida.
A ser, todo lo que ella significó en mi vida y en la de otros, tiene que quedar en algún lado. No puede evaporarse así de simple con la persona que se va. Todo queda, queda en algún lugar. Como un legado.
Porque no podemos olvidarnos de lo que sgnifican, pero sobre todo no podemos dejarlos en el olvido. Todo lo que ellos significan podemos recordarlo, poner en práctica sus enseñanzas, lo que nos dejaron.

Mi abuela Yolanda era una persona especial pero por sobre todas las cosas, una persona íntegra  a la que le gustaba ayudar al prójimo. A través de sus sueños, sus visiones, ayudaba a otros con los problemas de su existencia. Pero como todo, no podía ayudarse a sí misma, o al menos no a los integrantes de su familia. Y ésto fue para ella lo más duro de aceptar. No poder influir en la vida de sus seres queridos.

Ayer hablaba con mi hermano, con el cual hacía un tiempo largo que no nos hablábamos. Fue interesante darme cuenta que lo que yo creía que nos distanciaba en realidad eran simples fantasías que la mente nos juega. Cuando en realidad habíamos estado cerca sin saberlo.

Creo que en lo que a mí refiere, el legado es enorme.
Siempre me sentí un poco responsable por lo que sucedía en mi familia. Como muchas familias, las relaciones suelen ser muy complejas, hay rencores, desamores, tristezas, celos, envidias, cuentas pendientes y muchas cosas negativas que nos han distanciado con el tiempo.
Mis abuelos, o la casa de mis abuelos en aquel entonces, era el lugar de encuentro familiar por excelencia. Tanto para cumpleaños como Navidades y fiestas varias festejábamos juntos en su casa.
Y mi abuela de anfitriona, siempre tenía una palabra cálida para nosotros, compraba la comida que nos gustaba, se esmeraba por tenernos juntos y contentos. Aun a costa de que no funcionara.

Hoy la abuela ya no está. Estoy desabuelada y eso es raro. Porque aun sabiéndola viva aunque lejana, ella estaba ahí, con su espíritu dulce y juguetón.
Y ahora no está, ni ella ni ninguno de mis otros abuelos. Y es como una sensación de abandono, de estar solo frente al mundo, aunque no es así en realidad.
Por eso, hoy más que nunca, creo que es importante reinvindicar el legado que nos dejan nuestros antepasados. Para que su vida no pierda sentido en el olvido. Para que se sigan escuchando las voces del pasado.

Mi legado es darme cuenta de lo importante que resulta ser acuñar un espíritu abierto, tierno, cálido y más que nada, positivo.

Espero lograrlo.
Ella había puesto mucha fé en mí. No quisiera defraudarla.
Será así la manera en que los vivos desafiamos a la muerte. No sólo recordando, sino haciendo, completando la misión de los nuestros.

Quiero creer que algún día, gracias a la autocorrección, lo lograré. Sé que ella estará mirando.Y eso me da ánimos para lograrlo.

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