miércoles, 26 de diciembre de 2012

De libros y pestes

Foto de Bea Fresno©
Vuelvo al primer amor, mis libros y la escritura. O más bien, este blog que no lee nadie.
Tras pasar unos caóticos días previos a la Navidad, nunca mejor dicho la pesadilla antes de Navidad (Nightmare before Christmas), como la película de Tim Burton.
Cuando tus hijos se enferman y no sabes el por qué te envuelve la impotencia. Ser madre es una tarea a prueba de balas, de esas de verdad e imaginarias.
En este caso no hubo imaginación, sino la triste realidad de la enfermedad que viene sin anunciarse y toma por rehén la mente, el cuerpo y el espíritu de un pequeño ser que no llega aun a los dos años de vida.


Fue después de la siesta que apareció el dolor y la fiebre, una niña tan pequeñita aun no tiene la capacidad de comunicarse y decir lo que le pasa. Fueron dos noches terribles, sin dormir, entre delirio y parloteo, fiebre que superaba los 40 grados, convulsión, vómitos y ojos que parecían girar por sí solos.
La primera reacción fue justa, el instinto de madre fue el que salvó la situación. Dormíamos sin dormir y su cuerpito afiebrado, se retorcía en la cama. Entre gritos de dolor y la absoluta ignorancia de no entender el cómo y el por qué, apliqué el supositorio de paracetamol, logrando bajar la fiebre de a poco, previa manopla mojada en agua pasándosela por su carita afiebrada.
Un momento de susto, los ojos dando vueltas como en la película El Exorcista, parecía que se íba a desmayar.
Cuánta soledad a las 2 de la mañana, previos festejos y preparativos para la tan esperada Navidad.
Al día siguiente, seguimos con el paracetamol cada seis, siete horas. Ya estaba más alegre y hasta bailaba. Pero se cansaba rápido y volvió a irse a dormir. Mientras dormía en su camita y todos estábamos viendo la tele en el sillón noté que al acariciar al gato algo se movía entre su pelo. El horror llegó a nosotros, los gatos tenían pulgas. Después de correr por la casa y enloquecer, ya era tarde para ir a buscar algo para combatir esta peste.
Tiramos los almohadones a la basura, pusimos toda la ropa a lavar, que ya venía el lavarropas haciendo lavado tras lavado después de varios ataques de vómitos el día anterior. Sobre las 11 de la noche, previa a la noche navideña tuvo otro ataque de llanto que te partía el corazón. Le dimos un poco de leche caliente y logró descansar hasta las 4 am, ya había pasado la Nochebuena, y para nosotros la tan esperada Navidad parecía abrirse como una puerta hacia lo desconocido.
Agotados, sin dormir, con la casa patas para arriba, los gatos maullando sin entender el por qué de nuestro abrupto recelo y distancia, todo parecía caos.
Y ya era 25, primer día de Navidad en Holanda.
Vigilando que no subiera la fiebre, que pudiera dormir bien la siesta; la casa limpia hasta el último rincón, aspiradora y trapos en mano, quedamos exhaustos.
Después todos turnándonos la ducha. Vestirnos, arreglar lo arreglable y salir pitando a casa de la familia a disfrutar la Navidad.
No fue una mala Navidad después de todo. La niña pareció estar mejor, alegre aunque cansada. Y hubo regalitos, comida rica, compañía, pero aun después de haber pasado todo esto, seguíamos sintiéndonos extraños.
Fue llegar a casa, poner los chicos a dormir y evitar palmear a los pobres gatos, que no son más que cachorritos, que aun no entienden mucho y no saben nada.
No fue triste pero fue rara esta Navidad.
Después leyendo en los fórums de algunos grupos de madres y padres en Facebook, sentí alivio al leer que no era la única madre que sobrevivía a estos ataques febriles en niños pequeños. Me sirvió leer otras historias, otros mensajes.

Por un instante recuerdo que me sentí perdida. Como madre reaccioné rápido e instintivamente pero como mujer, persona humana que soy, me dí cuenta que tan vulnerables somos, tan fáciles de sucumbir. El miedo y el terror de que a tus hijos les pueda suceder algo y no saber qué hacer es algo que no le deseo a nadie.

Y hoy que la calma parece haber vuelto a nuestro hogar, previa compra rápida de spray antipulgas para echar por toda la casa y los muebles; pienso que a veces nos sentimos inmunes a las desesperanzas ajenas hasta que nos suceden sin más.
Quién podía decir que previa víspera navideña íbamos a correr de aquí para allá? Como todos los años parecen repetirse sin más, éste en particular me dió la pauta de lo frágil que somos. De la finiquitud de las cosas, de lo rápido que se pasan los días cuando soñamos despiertos para caer en la trampa del tiempo, y creer que podemos manipularlo a nuestro antojo.

Vuelvo a mis libros ahora que puedo, y sigo leyendo Sunset Park, otro de Paul Auster. Al principio no me había capturado, pero cuánto más leo, más quiero leer. Seguir la historia de Miles Heller, hijo pródigo que vuelve a estar cerca, en pensamiento y actitud, después de meses, casi un año de desaparecer del seno familiar.
Y pienso, cuánto hay de muerte, dolor, tragedia familiar en cada uno de nosotros. Cuántas veces nos vemos confrontados con situaciones en las que no tenemos manera de saber si van a deselvolverse como quisiéramos, o por más que deseemos la tragedia se sumirá sobre nosotros sin comprensión.
Son pensamientos que no quiero tener, pero vienen a mí como vienen otras cosas. Y me pasa pensar en esto por los acontecimientos que viví estos últimos días.
Y no sólo porque la Navidad y las fiestas son los momentos que deberíamos estar mejor o más felices, sino por la impotencia que da el no saber qué hacer, y aun peor cuando todos parecen estar festejando algo que a nosotros nos pasó de largo, como de costado.
Mientras en la Nochebuena todos brindaban alzando sus copas y comiendo turrón, nosotros corríamos de un lado al otro, casi desesperanzados por no saber cómo se desenvolvería todo.
Y no creo que nosotros hayamos sido los únicos, después de leer las historias de otras madres, por poner un ejemplo, tanta gente pasa por una mala situación en momentos en que se supone que hay que ser más feliz o estar más alegres.

No creo que nada pase en vano porque sí. Creo que todo pasa por algo, y si a nosotros nos tocó vivir esta experiencia, quizás sea por algo así como darnos cuenta de lo que tenemos. Valorar lo que somos, nuestra familia, aun en los momentos más difíciles, más complejos, estar juntos y enfrentar los desafíos como familia, todos juntos.

Y vuelvo al libro de Auster, y se entrelazan varias historias en una. Y el mensaje es claro: la vida cuan imperfecta y viva es nuestra, la hacemos nosotros día a día, con errores, equivocaciones y momentos que pensamos en que no vale la pena seguir así. Y entonces sobreviene lo inesperado y da vuelta por tierra todos los prejuicios y explicaciones.
Somos frágiles instrumentos del azar.
Y cada decisión que tomamos está inconscientemente relacionada con la vida de los demás. Aunque no querramos, somos todos uno. Y lo que pasa allá en la punta del otro hemisferio no nos es indiferente.
Y, más aun, pensamos que podemos corregir al mundo señalando las diferencias y los errores, cuando en realidad si dejáramos de mirar más allá de nuestro hombro y nos miráramos más al espejo, descubriríamos que nada, absolutamente nada está sujeto a nuestro teje y maneje.

Por eso, esta navidad para mí particularmente me dió de cabeza con la realidad de lo que soy y siento. Infinitamente más delicada y frágil de lo que querría admitir. Y, al mismo tiempo, infinitamente más dura y testaruda de lo que desearía ser.
Porque todos tenemos un lado yin y un lado yang, y todos aun luchando por tener una vida mejor, somos víctimas y victimarios de nuestras propias acciones y pensamientos.
Será, quizás, necesario reveer cada momento por lo que es y no por lo que nos gustaría que fuese.
Dejar que el universo obre sin influir es difícil, pero tanto más natural y creativo.
Sigue la vida, y seguiré escribiendo, pero ah sí, con más cautela, más cuidado. Porque a veces herimos al mundo con sólo opinar. Y no es que esté mal opinar, pero sí herir las susceptibilidades de lo que no llegamos a entender.

Les deseo unas buenas fiestas, pero, por sobre todas las cosas, más introspección, cautela, amor y solidaridad.
Que sean felices.

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