lunes, 2 de junio de 2014

Se hace camino al andar

Después de unas semanas ríspidas en el plano emocional, hoy puedo decir que, de a poco, todo pareciera ir asentándose en algún lado.
No sabría decir con exactitud dónde exactamente, y si hay un lugar específico donde todo pareciera asentarse. Pero sí puedo decir que es un proceso, lento, pero en movimiento.

Es difícil expresar en palabras lo que uno lleva tan metido adentro. Intento desde la poesía, intento desde la prosa y no importa el cómo ni el dónde, presiento que llega un desenlace.

Por lo pronto, hay movimiento en el oleaje y eso es positivo.


Todos los procesos donde hay emociones suelen ser lentos.
Yo misma sé que las razones de esta lentitud son quizás necesarias.
Como la roca que se desgasta tras el continuo golpear del oleaje, pareciera ser que no hay cambio visible, pero lo hay. Es lento porque muchas cosas necesitan tiempo y espacio para poder llegar a su punto de transformación.

Hace poco tomé la decisión de buscar ayuda de alguna manera. Encontré un wandelcoaching (un coach que trabaja mientras realiza caminatas al aire libre). Fue una experiencia muy interesante y también movilizadora.

Nos pusimos en contacto y luego quedamos para vernos en una ciudad cercana. Nos encontramos en la estación de tren, yo no la conocía de nada y ella a mí tampoco.

Había leído un poco sobre esta forma original de entrenamiento. Se trata más que nada de encontrarse con una persona profesional en el área de entrenamiento (coaching) y salir juntos a caminar. Durante la sesión (caminata) que dura entre una hora y hora y media, se da la ocasión de ponerse en movimiento en la naturaleza. Para qué sirve? Más que nada para 'soltar' eso que a uno lo aqueja internamente, ponerlo en palabras, poder contárselo a otra persona (neutral, que no nos conoce de nada) y encontrarle cauce a eso que a uno lo ata y lo aqueja.
Fue una experiencia enriquecedora. Y movilizadora, porque si bien no está visto como una terapia, sí puede ayudar en el sentido diverso de sentirse escuchado y comprendido.

De esta sesión saqué varias conclusiones. Muy simples y muy fáciles de entender. Pero sorprendentes para mí, ya que al estar inmersa en mi propia maraña mental, poco podía dilucidar.

Me sirvió más que nada para ver desde otra perspectiva. Acciones, pensamientos, ideas que daba por sentado, tomaron otro color al ser desmenuzadas por otra persona.

Entendí que lo que más me cuesta es la confrontación con mi propio dolor.
Separarse es un acontecimiento muy movilizador, claro. Y muchas veces perdemos la perspectiva al querer salir de un estado así, que nos obliga a mirarnos mucho más detenidamente.

En mi afán por querer recuperar el tiempo perdido (como aquella novela de Marcel Proust), me llevo por delante todo lo que está sucediendo, en el momento preciso en que justamente necesitaría tomarme el tiempo para reflexionar. Y darle al dolor su lugar.

Soy perfeccionista, y quiero todo ya. Quiero ya mismo pasar de un estado al otro, omitir esa parte puntiaguda y dolorosa que me impide seguir adelante.
Pero al querer correr de un lado al otro, me pierdo del sublime momento del presente. Y todo aquello de maravilloso y horrible que tiene el pasar por un momento de transición.

Además, el pensar es bueno pero no estrictamente necesario. Más importante es el 'sentir'. Sentir lo que sucede, con las manos llenas, aun así hoy sean espinas y mañana rosas. O al revés.
Es parte del proceso de cambio. Y muchas veces lo obviamos simplemente por no querer abrir grandes los ojos y mirar con atención lo que está sucediendo.

Digamos que en mi vida siempre fue un poco así. Si algo no me gustaba o no me 'cerraba', enseguida hacía lo posible por apartarme, alejarme lo más pronto posible y pasar a algo nuevo, algo diferente. Esa esperanza de querer encontrar algo totalmente diferente a lo que uno tiene frente a sus ojos.

Cuando caí en la cuenta de la simplicidad de estas formas de ver, sentí que un mundo nuevo se abría. Pero no crean que eso salvó mi vida al instante. Al estar estos procesos emocionales relacionados con la pérdida y el abandono, me resulta aun hoy difícil dejarlos pasar sin hacer nada.

Creo que eso es lo más difícil de todo. Aceptar las cosas como son. Como vienen. Sin intentar hacer nada al respecto. Ni tácticas ni estrategias. Y menos aun, escape.

Tiendo a escaparme de las cosas que no me gustan o que siento que me hacen mal. Es algo muy humano, lo sé. Constantemente escucho o leo cosas como 'alejate de la gente negativa' o 'haz cosas que te hagan feliz', etc. Y eso es bueno, claro, uno no va a estar todo el tiempo dejándose aporrear por la negatividad de los otros o golpeándose la cabeza contra la misma pared una y otra vez.

Pero algo diferente es cuando uno siempre pisa la misma piedra y no se para a preguntar por qué será.
Esa piedra representa algo que no queremos mirar de frente. Algo que nos molesta, nos duele, no nos deja seguir hacia adelante.

Y creo que, en parte es porque esa piedra justamente necesita ser mirada con atención. Necesita que le demos su lugar, su espacio. Aun así sólo sea para mirarla de cerca y tocarla. Guardarla en el bolsillo. Apretarla fuerte con el puño cerrado. Pintarla. Llevarla a casa y dejarla en algún lugar. Tenerla cerca, para verla con el ángulo del ojo que necesita su atención.
Mientras la sigamos arrojando lo más lejos posible, evitándola, lo más seguro es que la volvamos a encontrar en el momento menos pensado.

Eso por un lado.
Por el otro, está eso de 'sentir'. En ese sentido me parece que aquello que evito sentir, justamente es lo que aun siento poderosamente enquistado.

Pensar sirve, pero obsesionarse no sirve para nada. Meditar sirve, pero dejar vagar la conciencia en pos de esos pensamientos fugaces, no sirve para nada. Los pensamientos son herramientas muy poderosas.
Lo que pensamos es energía en movimiento. Nos conecta con nosotros mismos, con los otros y con el mundo a nuestro alrededor.
La importancia que le damos a uno u otro pensamiento determina nuestro estado de ánimo.

La soledad, la falta de compañía, el abandono, la tristeza, la melancolía y toda forma negativa de sentirse desconectado de uno mismo son las formas más corrientes de escaparse de aquello que deberíamos justamente confrontar.

Por lo pronto, mientras espero encontrar nuevo hogar intento no dejarme amedrentar por lo que pasa afuera. Hay una tendencia muy grande a buscar paz y calma en las opiniones ajenas. No en vano cuando le contamos a alguien los pormenores de nuestros problemas estamos esperando, de alguna un otra forma, que nos den una solución. Y cuando la solución no se ajusta a lo que queremos, lo más fácil es culpar a los otros por sus (desacertados) consejos.
Cuando, en realidad, lo lógico es no darle importancia a lo que otros puedan opinar. Cada persona es un mundo y, por lo tanto, nunca habrá una sola forma de hacer las cosas.
Pensamos el mundo de acuerdo a nuestra manera particular de apuntar el objetivo de nuestra cámara emocional. Desde un ángulo vemos un plano, desde el otro no lo vemos.

Cuando planteamos a los otros lo que nosotros mismos no podemos ver, recibimos siempre el mismo tipo de respuestas. Algunas veces nos sirven para reflexionar, pero la mayor de las veces, nos dejan más confundidos que antes.

Creo que ahí está el quid de la cuestión. Primero, ajustar la cámara según el objetivo. Siempre pensando en todos los posibles ángulos.
Segundo, no dejarnos llevar por el desasosiego y la inseguridad.
Tercero, cuando algo no nos gusta, lo más fácil es decirle adiós y hasta más ver. Pero, si nos detenemos a pensar por qué estamos enfrentándonos a ésto, cuál es la razón de fondo, qué podemos aprender de ello, y dejamos que el proceso natural siga su curso, lo más seguro es que esa piedra no vuelva a aparecer. Crecemos. Maduramos. Entendemos.
Y finalmente, lo dejamos ir. Lo soltamos.

Y seguimos hacia adelante. Porque caminando se hace el camino. Y no hay remedios mágicos para la soledad.

A veces con no hacer nada ya estamos haciendo mucho.


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