sábado, 24 de mayo de 2014

No se lo digas a nadie*



"Lovers" Egon Schiele©
Amanecíamos descalzos, a veces el sopor lo hacía todo irremediablemente adorable. Hasta los restos del café en la taza, las cenizas de los cigarrillos y la ropa desperdigada por toda la habitación contribuían al halo de suspensión.

Ella dormitaba, los ojos a contraluz. Desde el ventanal la luz entraba y regalaba con su inanimidad los objetos que se adivinaban en el desamparo. Encendidos los ojos, perdida la mirada. Había un dejo de resquemor en esos tibios rayos de sol. Un algo indefinido, una sensación de estar y al mismo tiempo desaparecer.


La noche anterior, ella se había colgado de mi hombro. Musitándome al oído, lenta y pausadamente, me dijo aquellas palabras que aun hoy latían en mis pensamientos.

Fijos, los pensamientos del día anterior; como desechos de algo inamovible y antiguo, resbalando desde la comisura de sus labios. Un eco latente, feroz, como quien se despide por última vez antes de callar y lanzarse al abismo.

“No se lo digas a nadie, nadie tiene que saberlo”. 

Dos almas adheridas a un instante. Dos seres diferentes, compartiendo la clandestinidad del encuentro.

Desde sus ojos marrón transparente resonaba el aviso de una despedida latente,  cada vez con más fervor. Ella sabía, intuía el final. Apagaba la mirada como quien aplasta cigarrillos llenos de humo contra el suelo. 

Entre los párpados, gotas de sal, se quebraban los espejismos de la noche anterior. 

Sólo éramos almas solitarias, nos intuíamos con las manos. Solos, distantes, definidos por el deseo.

Tras la ruptura llegó el dolor. Como algo lacerante, tibio, que se derramaba entre los pliegues de la piel ahora fría.

La recuerdo como el viento, que lleva y trae, que viene y va. Estalactita del mundo en los ojos encendidos; carne, hueso, memoria y fuego. Suelta la melena, viva. Por un momento fue sólo mía. Ese instante, ese celo, quedará vivo en mi memoria por siempre. Aun nunca vuelva a verla, aun nunca vuelva a sentir un amor tan pasajero como el suyo.

Su amor, desteñido por la fuerza de sus pensamientos. Su cuerpo de niña y mujer, abrigando la espesura de su placer. Sus manos, como pájaros anidando mi deseo.

La vi pasar un día, vestida con una corta falda gris y una blusa negra, su pelo derramado brillando al sol. Reía mientras hablaba con un hombre. Su mano apoyada en su codo izquierdo. En ese instante sentí celos y deseo. Recordé lo que había sentido cuando la tenía en mis brazos. 

Por momentos, cercana al corazón; por momentos, lejana, tan lejana que apenas con el roce de los dedos parecía envolverse en su corazón coraza. Se perdía en el abismo, ella sola se envolvía y desenvolvía. Sentí perderla. Y por eso la dejé ir. Antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que me diera cuenta que el amor podía ser violentamente fuerte cuando no se tiene lo que tan fuertemente se desea.



"No se lo digas a nadie"* hace referencia al título de la primera novela publicada por el escritor peruano Jaime Bayly en 1994. El título es sólo una referencia, cualquier parecido con el contenido de la novela es pura casualidad.
 

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