"Lovers" Egon Schiele© |
Amanecíamos
descalzos, a veces el sopor lo hacía todo irremediablemente adorable. Hasta los
restos del café en la taza, las cenizas de los cigarrillos y la ropa desperdigada
por toda la habitación contribuían al halo de suspensión.
Ella dormitaba,
los ojos a contraluz. Desde el ventanal la luz entraba y regalaba con su inanimidad
los objetos que se adivinaban en el desamparo. Encendidos los ojos, perdida la
mirada. Había un dejo de resquemor en esos tibios rayos de sol. Un algo
indefinido, una sensación de estar y al mismo tiempo desaparecer.
La noche
anterior, ella se había colgado de mi hombro. Musitándome al oído, lenta y
pausadamente, me dijo aquellas palabras que aun hoy latían en mis pensamientos.
Fijos, los
pensamientos del día anterior; como desechos de algo inamovible y antiguo, resbalando
desde la comisura de sus labios. Un eco latente, feroz, como quien se despide
por última vez antes de callar y lanzarse al abismo.
“No se lo digas a
nadie, nadie tiene que saberlo”.
Dos almas
adheridas a un instante. Dos seres diferentes, compartiendo la clandestinidad
del encuentro.
Desde sus ojos
marrón transparente resonaba el aviso de una despedida latente, cada vez con más fervor. Ella sabía, intuía el
final. Apagaba la mirada como quien aplasta cigarrillos llenos de humo contra
el suelo.
Entre los párpados,
gotas de sal, se quebraban los espejismos de la noche anterior.
Sólo éramos almas
solitarias, nos intuíamos con las manos. Solos, distantes, definidos por el
deseo.
Tras la ruptura
llegó el dolor. Como algo lacerante, tibio, que se derramaba entre los pliegues
de la piel ahora fría.
La recuerdo como
el viento, que lleva y trae, que viene y va. Estalactita del mundo en los ojos
encendidos; carne, hueso, memoria y fuego. Suelta la melena, viva. Por un
momento fue sólo mía. Ese instante, ese celo, quedará vivo en mi memoria por
siempre. Aun nunca vuelva a verla, aun nunca vuelva a sentir un amor tan
pasajero como el suyo.
Su amor,
desteñido por la fuerza de sus pensamientos. Su cuerpo de niña y mujer,
abrigando la espesura de su placer. Sus manos, como pájaros anidando mi deseo.
La vi pasar un
día, vestida con una corta falda gris y una blusa negra, su pelo derramado
brillando al sol. Reía mientras hablaba con un hombre. Su mano apoyada en su codo
izquierdo. En ese instante sentí celos y deseo. Recordé lo que había sentido
cuando la tenía en mis brazos.
Por momentos, cercana al corazón; por momentos, lejana,
tan lejana que apenas con el roce de los dedos parecía envolverse en su corazón
coraza. Se perdía en el abismo, ella sola se envolvía y desenvolvía. Sentí
perderla. Y por eso la dejé ir. Antes de que fuera demasiado tarde. Antes de
que me diera cuenta que el amor podía ser violentamente fuerte cuando no se
tiene lo que tan fuertemente se desea.
"No se lo digas a nadie"* hace referencia al título de la primera novela publicada por el escritor peruano Jaime Bayly en 1994. El título es sólo una referencia, cualquier parecido con el contenido de la novela es pura casualidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario